Hay algo que me aterra más que a nada, algo que no puedo no enfrentar, y tiene que ver con el hecho de que mis líneas se han vuelto fuertes, independientes, osadas y que ahora me quieren devorar.
Podría decir que mi miedo viene de allí pero esa no es toda la verdad, para expresarme con sinceridad permíteme alegar que no solo son ellas las que me causan tanto pavor, escalofrío y ansiedad… es aquello con lo que las intento evitar. Es mi propia arma la que me quiere matar…
Y no tengo complejo de trapecista para escalar la posibilidad de que si elijo entre cualquiera de las dos o ninguna en particular, en todo caso, me vaya a dilapidar. Porque si para algo vive un escritor es para morir en la batalla entre líneas que nunca se termina de librar. Pero nunca por dejar que una página vacía le vaya a amedrentar.
Por ello, no puedo afirmar con seguridad que lanzarme a un abismo de dudosa profundidad me vaya a ayudar, porque esto me sobrepasa pero es tan mío que no me lo puedo arrancar.
No sé si tenga el valor de admitir que aquello que me causa tanto horror es el vacío de la hoja que me recuerda a mi interior, que me mira fijamente para presumir que tiene la razón y que está exactamente como yo.
Y que la osadía de esas líneas son el interesante pormenor de que detrás de papel y tinta se cae todo el teatro y me desviste en piel tal cómo soy.
De todas maneras no sabría qué escribir que sea menos degradante, no puedo salvarme por mi cuenta y burlar mi propio arte, no puedo hacerme el listo y con simplicidad suponer que lo controlo y que escribo lo que el alma quiere verter.
Porque mi alma está muda, porque quizá y ya ni tenga, porque a lo mejor y al final de cuentas tengo que aferrarme con firmeza a aquello que me aterra… porque no sé qué es peor: si las endemoniadas líneas, la maldita página vacía o yo, yo mirándome al espejo con reproche por no tener la osadía de morir por amor a mis líneas.
Entonces, luego de admitir que dos terrores me están partiendo a la mitad, debo confesar que estoy preso, que por más que dé vueltas no tengo ninguna posibilidad, que mi arte me ha condenado a ser el intento frustrado de un mártir que baila el tango de la indecisión solo para variar que de todas formas morirá por amor.
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