Se derrumbó sobre mí el templo donde ofrecía tributo al dios Ego, estaba de camino a la eternidad en una humilde y transcendente peregrinación cuando de repente me desvié pensando que podía tomar un atajo y por consiguiente afirmar mis intenciones con la vida.
El secreto era que yo no le debía intenciones a la vida.
Apenas sobreviví al derrumbe, fue por una causa incierta y cuándo salí mi cuerpo tenía mil grietas… mi andar era torpe y hasta ese momento no me había dado cuenta de que me había desviado.
¿Dónde estaba?
Entonces miré el camino y me sentí perdida, caí de rodillas sobre la arena incesante de aquel desierto y una agonía recorrió mis huesos.
Llamé, busqué, grité… pero nadie escuchó.
Pasaron los días y ya estaba sedienta, las grietas me ardían y mis pies tambaleantes apenas soportaban mi peso.
Llamé, grité, busqué… pero nadie escuchó.
Seguí así hasta que el cansancio me pudo más, mi visión se tornó borrosa y mis lentos latidos resonaban en mis oídos; de pronto me sentí ligera como una pluma y empecé a rendirme ante el dulce canto del sueño eterno…
Cuando, de repente, fui arrastrada hacia un abismo profundo, donde al parecer mi caída no planeaba tener fin...
Y, hasta entonces, no he vuelto a saber de mí.
….
