Después de mi inminente renuncia a escabullirme en los almacenes del tiempo, para robar mi antiguo libreto, alego que vuelve a ser seductora la idea de nuevos comienzos.
Tuvieron que retener cautiva, por unos cuantos días, mi renuencia a mirar hacia delante los guardianes invisibles de mi vida; para entonces dejarme lista a retomar los posteriores tiempos con entereza, ilusión y osadía.
Pero suponte que conversamos, te miro a los ojos con aires de cercanía y te pregunto: ¿cuán seductora te es la idea de un nuevo comienzo, de un nuevo día?
Imagina que de veras te ilusiona la vida y que juegas a esconder la emoción que chispea de tu voz cuando me contestas: que lo llevas normal pero que cada día intentas algo bueno sembrar; no por asunto de barrer tu conciencia ni por ostentar benevolencia sino por el mero hecho de cumplir una encomienda: la que te ha dejado escrita en el alma el que de barro formó los ojos que hoy escrutan estas palabras.
Aterriza en que a lo mejor no has tenido buenos días y que en vez de emocionarte te empeñas en hacerme entender que la vida no es tan fantástica como la intentan hacer ver, que no te vuelva a preguntar estupideces, que tienes asuntos importantes que atender y que mis sórdidos cuestionamientos no te van a mantener…
O a lo mejor no eres tan pesimista y con todo el realismo que alcanzas a encontrar me afirmas que empezar de nuevo siempre es espectacular, pero que con el paso de los días esa efusividad empieza a flaquear y que a veces cuesta mantenerse cuerdo entre tanto que hacer, pensar y resolver. Pero que siempre hay que agradecer al Eterno que prodiga favores tan interesantes como la luz de la aurora alcanzar a ver.
Quizá ninguno de los escenarios planteados se adecua a tu realidad y no me queda de otra que imaginar que por un momento te detendrás a, con toda sinceridad, responder esa pregunta.
Que serás extremadamente intencional en mirar el techo inmenso que cobija al mundo entero y pensar en cuál sería tu respuesta ante este cuestionar de, con tanto y todo, de nuevo empezar.
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