Crezco lento, y duele en cada centímetro, en cada célula del cuerpo. Preferiría que bien fuese rápido el proceso pero no, es muy lento. Con cada día que pasa siento que algo cambia y que me cuesta aceptarlo… pero que igual, de manera gradual, va creciendo lento.
He buscado atajos para burlar el camino largo mientras juego con la posibilidad de que a lo mejor puedo del crecimiento de otros apreciar: cuáles errores no cometer, cuáles sí y que otros también… cuales cosas evitar y dónde, con exactitud, no transitar.
Pero luego aparecen mis genuinos retos para recordarme que por más que desvaríe crezco lento, que aprender es un proceso y que se debe vivir en carne, en piel y hueso.
Crezco lento, y siempre me cuesta aceptarlo pues siempre que llego a dar tiro al blanco es porque de buenas a primeras ya he fallado; y que entre todo y tanto no acertar es lo que me hace propensa a más allá (en algún futuro) atinar.
Y, a pesar de mis lastimeros intentos por reconfortar mis miedos, admito que sí: que crezco lento, que todos lo hacemos, y que esos cambios son lo más constante que alguna vez tendremos.
Pues si crezco lento a lo mejor es señal de algo bueno, de que como las plantas echaré raíces importantes que podrán elevarme hasta el cielo.
Que crecer lento implica seguir creciendo aunque en silencio y que es emocionante olvidarse un rato de eso para luego abrir los ojos y reparar en que sí… en que haz crecido lento, pero que ahora eres tan alto que el suelo se ve de lejos.
Que el golpe de crecer no es tan violento porque es un proceso lento, que aprender tiene su ritmo, su rima y su tiempo.
Que todos tenemos el nuestro; pero que si lento no importa, que igual se va aprendiendo.
Pero que nadie queda exento de ese crecer tan lento, aunque tedioso y lastimero, aunque tortuoso y doloroso en cada centímetro, cada célula del cuerpo.
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